Los océanos tocan fondo

Foto © Australian Research Council/HO/AFP,Paris: Australia: robot submarino explorando la Gran Barrera de Arrecifes de Coral.

Los océanos absorben gran parte del gas carbónico emitido por el hombre. Aunque esto es positivo para la atmósfera, ya saturada por gases con efecto de invernadero, daña los ecosistemas marinos, cuya acidez ha aumentado considerablemente. La UNESCO y la comunidad científica alertan a la opinión mundial.    
 
La capacidad de los océanos para absorber gran parte de las emisiones de gas carbónico e impedir que el CO2 aumente el contenido de la atmósfera en gases con efecto de invernadero se consideraba hasta hace poco beneficiosa. Sin embargo, este proceso afecta al medio oceánico, que cubre dos tercios de la superficie del planeta. Su acidez aumenta, en efecto, desde el inicio de la era industrial. En mayo de 2004, la UNESCO y la comunidad científica internacional alertaron a la opinión mundial sobre este peligro con motivo del coloquio organizado por la Comisión Oceanográfica Internacional (COI-UNESCO) y el Comité de Investigaciones Oceánicas del Consejo Internacional para la Ciencia (SCOR).

En los últimos años, la sucesión de canículas, sequías excepcionales y ciclones repetidos ha contribuido a centrar toda la atención en el clima y los posibles síntomas de un calentamiento del planeta. De ahí que el interés por los océanos suela limitarse a su contribución a los modelos climáticos y su reacción ante ese calentamiento del planeta (elevación la temperatura y el nivel marinos). Ahora bien, el equilibrio químico de la capa superficial oceánica peligra a causa de la absorción de un tercio del gas carbónico producido por las actividades humanas en los dos últimos siglos (unas 118 gigatoneladas, o sea 118.000 millones de toneladas, entre 1800 y 1994). Al calentamiento climático se añade ahora un deterioro de los ecosistemas marinos cuyas consecuencias podrían ser dramáticas.

En solución, el gas carbónico es un elemento ácido. El aumento de la acidez del agua marina, o sea la disminución de su pH,* empobrece su contenido en carbonatos. Ahora bien, los corales y algunas especies de plancton los utilizan para formar el carbonato cálcico de su esqueleto externo. Según James Orr, especialista en biogeoquímica del Laboratorio de Ciencias del Clima y del Medio Ambiente (LSCE) de Francia y miembro del Comité de Programa del Coloquio SCOR-COI, “una disminución de los carbonatos puede reducir entre 10% y 40% el índice de calcificación del esqueleto externo de esas especies”. Basándose en medidas efectuadas entre 1990 y 1998 en 10.000 observatorios marinos, Richard A. Feely, Christopher L. Sabine y otros han demostrado la importancia que tiene el índice de supersaturación del agua del mar en carbonatos. Sus estudios señalan que el ritmo actual de las emisiones de gas carbónico va a acentuar la disminución de ese índice.

Primeras víctimas de esta situación: los arrecifes coralinos, que ya no sólo se ven amenazados por la elevación de la temperatura del océano, sino también por la alteración de su equilibrio químico. Además, cabe temer otras reacciones en cadena, como la disminución de la producción de especies planctónicas –sustento básico de algunos peces y otros organismos marinos– que puede alterar imprevisiblemente la cadena alimentaria y poner en peligro la biodiversidad y productividad de los océanos.

Los motivos para regocijarse del papel del océano como “pozo” del CO2 son cada vez más escasos. La desilusión al respecto ha sido brutal, porque muy pocos habían previsto sus inconvenientes. Como los océanos son un depósito de gas carbónico (37.000 gigatoneladas) mucho mayor que la atmósfera (800 gigatoneladas), esto había inducido a pensar que sería inocua la adición de carbono de origen humano al agua del mar (dos gigatoneladas anuales de las seis que genera la actividad industrial). Por eso, algunos han previsto –y siguen previendo– capturar el gas carbónico en sus sitios de producción, comprimirlo hasta su licuefacción e inyectarlo en las profundidades del océano. Debido a los sistemas de circulación oceánica, el gas carbónico así almacenado sólo subiría al cabo de varios siglos a la superficie del mar, y luego a la atmósfera.

Almacenamiento geológico


Fue Cesare Marchetti quien propuso esta solución en 1977, cuando trabajaba en el Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados (IASA) con sede en Austria. Para deshacerse del CO2 producido en Europa, sugirió almacenarlo en el fondo del Atlántico frente al estrecho de Gibraltar. Dos años más tarde, investigadores estadounidenses retomaron esa idea, y a principios del decenio de 1980 el Departamento de Energía de los Estados Unidos emprendió una serie de trabajos en ese sentido. El razonamiento de los defensores de esta solución es el siguiente: como es muy lento el desplazamiento hacia las profundidades del gas carbónico disuelto en la superficie del mar, ¿por qué no acelerarlo? Sobre todo, teniendo en cuenta que la capacidad de las aguas profundas para absorberlo es muy superior a la de las aguas superficiales, porque son más frías.

Hasta la fecha, la Comisión Europea ha dado prioridad al almacenamiento geológico o en acuíferos salinos y apoya pocos proyectos de investigación sobre la inyección de gas carbónico en el océano. Esta técnica se está explorando en Noruega, Japón y los Estados Unidos, aunque los poderes públicos se muestran circunspectos. Algunos científicos de esos tres países colaboran en el proyecto denominado Ocean Abyssal Carbon Experiment (OACE) (2002-2005), cuyos resultados se presentaron en la séptima Conferencia internacional sobre tecnologías de control de los gases con efecto de invernadero (Vancouver, septiembre de 2004). Por su parte, algunas empresas industriales se muestran cautelosas al respecto, como lo muestra un informe presentado por científicos de la firma petrolera Total-Fina- Elf y del Instituto Francés del Petróleo (IFP) en el 19º Congreso Mundial de la Energía (Sydney, septiembre de 2004): “Aunque se den garantías científicas acerca del mantenimiento del equilibrio del sistema, no será fácil lograr que el público admita la utilización del océano –patrimonio universal y fuente de vida– como lugar de almacenamiento. Se ha considerado erróneamente durante demasiado tiempo que los océanos podían servir de vertederos de dimensiones infinitas […]”.

Soluciones alternativas


Cabe señalar que este tipo de almacenamiento debe evaluarse teniendo en cuenta las disposiciones internacionales de protección del medio oceánico como el Convenio de Londres sobre la prevención de la contaminación del mar por vertimiento de desechos y otras materias, aunque el CO2 no se considere un contaminante. Ahora bien –tal como recalca Takashi Ohsumi, investigador japonés y miembro del Comité de Programa del Coloquio SCOR-COI– una parte del gas carbónico producido por las actividades humanas ya está penetrando en el océano. En 2002, Ohsumi decía: “Lo que se debe averiguar es si se provoca un riesgo adicional en las aguas profundas cortocircuitando el itinerario actual del gas carbónico a través de la interfaz océanoatmósfera, y almacenándolo directamente en el fondo del mar”. Por su parte, la especialista francesa en biogeoquímica y miembro del mismo Comité, Liliane Merlivat, comenta que “un resultado positivo del coloquio ha sido el intercambio de ideas y conocimientos pertenecientes a distintas disciplinas (química, física, biología, ecología, paleoceanografía, etc.)”.

Los intercambios pluridisciplinarios son indispensables para evaluar cada solución en el plano científico, ambiental y económico, tal como recomienda el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre los Cambios Climáticos (GIEC). Esto también es válido para las propuestas de fertilización del medio oceánico mediante inyección de hierro, un elemento indispensable para activar la fotosíntesis. Con esa fertilización se pretende fomentar la producción de especies vegetales en el océano, a fin de capturar también una parte del dióxido de carbono de origen humano. Según Patricio Bernal, Secretario Ejecutivo de la COI, “algunas empresas comerciales han empezado a elaborar técnicas para poner en marcha este proceso”, pese a lo poco concluyentes que son las evaluaciones actuales. Los participantes en el Coloquio opinaron que se debe proseguir la evaluación científica de la fertilización, antes de su eventual aplicación a gran escala.

Teniendo en cuenta las hipótesis sobre el volumen de las emisiones de gas carbónico en los años venideros, es necesario prever todo. Los científicos estiman que hacia 2100 se acelerará la disminución del pH de la superficie del océano y podría triplicarse con respecto a la que ya se ha producido desde el inicio de la era industrial. Según María Hood, especialista de la COI, esto sería “algo nunca visto en los últimos 20 millones de años”. La iniciativa de la COI-UNESCO se sitúa en este contexto y, según Patricio Bernal, “su mensaje principal es no dejar de lado ninguna sugerencia y evaluar todas las propuestas, respetando absolutamente las normas científicas de rigor, a fin de poder adoptar con conocimiento de causa las decisiones políticas que se impongan en una cuestión que rebasa ampliamente los meros intereses nacionales”.

(UNESCO)

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