Expedición Malaspina

 

 

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Foto: Luís Mauri

 

Dejando a popa 30 días y casi 5.000 millas (9.250 kilómetros) de navegación, el Hespérides culmina hoy la primera campaña española de exploración científica del Índico, el más desconocido de los océanos. Entre Ciudad del Cabo (Suráfrica) y Perth (Australia), puerto en el que el buque oceanográfico de la Armada atracará esta mañana, la treintena de investigadores embarcados han procesado más de 3.000 muestras de agua, elementos y organismos marinos entre la superficie y los 4.000 metros de profundidad.

El análisis de esas muestras en tierra firme durará unos dos años. Y una serie de ellas serán congeladas en una cápsula del tiempo para que sean estudiadas dentro de 30 años, a la luz de los conocimientos y las tecnologías disponibles entonces. No obstante, los científicos de la tercera etapa de la Expedición Malaspina, en la que ha estado enrolado EL PERIÓDICO, han extraído ya algunos datos interesantes.

Foto: Fidel Echevarría

NUTRIENTE ESENCIAL / Uno es la elevada concentración de silicio en los fondos oceánicos próximos a la plataforma continental africana. El silicio es un nutriente esencial para el desarrollo de las diatomeas. Estas algas unicelulares constituyen a su vez un alimento básico para el zooplancton e incluso para peces de pequeño tamaño, como el boquerón y la sardina. En este sentido, su función en la cadena alimentaria marina es equiparable en importancia a la de las gramíneas (trigo, maíz, arroz, avena...) en tierra firme.

Las diatomeas se multiplican velozmente si hay silicatos a su alcance. Pero en el Índico sur las grandes concentraciones de silicatos están a 4.000 metros de profundidad, un abismo inhóspito para las microalgas. Como vegetales que son, estas necesitan luz para hacer la fotosíntesis y raramente viven por debajo de los 200 metros. Y si en las capas superficiales no hay nutrientes, tampoco abundan las algas. Ni el zooplancton que se alimenta de ellas. Ni los peces que se nutren de este último. Ni los pescadores, por supuesto.

Por esta razón, en pleno océano Índico, el agua contiene poco plancton. En cambio, es rica en nutrientes. «En el Mediterráneo profundo suele haber 8 micromols [microgramos de átomo por litro] de silicatos y una medida similar de nitratos. Aquí, en cambio, hay 150 de silicatos y 35 de nitratos», cuantifica la bióloga Dolors Blasco, del Institut de Ciències del Mar de Barcelona.

Otro dato afecta a la respiración de las bacterias de las profundidades del Índico. Consumen más oxígeno y más materia orgánica que sus congéneres del Atlántico, y su crecimiento es más rápido. A falta de analizar las causas en tierra, el biólogo granadino Ignacio Pérez Mazueco aventura una hipótesis: «Puede ser porque la temperatura de las aguas del Índico es algo más elevada».

Los investigadores de la Malaspina también han certificado una relación simbiótica entre un tipo de bacterias y las diatomeas. Estas microalgas se alimentan de nutrientes (silicio, nitrógeno…) en formas minerales (silicatos, nitratos…). Pero si llevan dentro esas bacterias, estas pueden absorber el nitrógeno en forma gaseosa, disuelto en el agua, y pasarlo como nutriente a las diatomeas.

Estos son solo algunos de los primeros datos de la manga índica de la Malaspina. El objetivo global de la expedición, que circunnavega el planeta, es evaluar con precisión el impacto del cambio climático en los océanos y explorar la biodiversidad en las profundidades.

(Info: El Periódico de Cataluña)

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