Arqueoastronomía y etnoastronomía

 El cielo, ese mar encantado lleno de peces y corales, de Nereidas, deidades y un sinfín de aventuras cósmicas. Para muchos, como nosotros, igual de desconocido que el mundo terrestre…Pero igual de encantador.  Nuestro reto es tratar de descubrirlo con la máquina del tiempo que nos permita adentrarnos en lo que de él sabemos desde el comienzo mismo de las  civilizaciones.

Posiblemente los seres humanos fijaron su atención en el objeto más luminoso que observaban en el cielo el Sol; luego vendría la Luna y después las estrellas y los planetas. Para los primeros astrónomos el cielo, era la morada de los dioses, los que supervisaban el día, la noche, así como los  eclipses de Sol y de la Luna. Los astrónomos – sacerdotes escrutaban el cielo, tomaban notas, compilaban calendarios y actuaban como depositarios de las leyendas relacionadas con el cielo.

Las primeras culturas se sirvieron de la astronomía para establecer con precisión las épocas adecuadas para sembrar y recoger las cosechas y para las celebraciones. También lograron utilizarla para orientarse en las largas travesías comerciales o en los viajes. Desde la más ancestrales civilizaciones ha existido una semana de siete días, correspondiente a cada fase de la luna, doce veces al año. (Los sacerdotes esperaban la mañana en que Sirius, la estrella más brillante del cielo, aparecía por primera vez, después de que el Sol, la hubiera bloqueado; luego, utilizaban esta “salida heliaca” para predecir las crecidas anuales.)

Pronto, el conocimiento de los movimientos cíclicos del Sol, la Luna y las estrellas mostraron su utilidad para la predicción de fenómenos como el ciclo de las estaciones, de cuyo conocimiento exacto dependía directamente la supervivencia de cualquier grupo humano: cuando la actividad principal era la caza era fundamental predecir el instante el que se producía la migración estacional de los animales que les servían de alimento y, posteriormente, cuando nacieron las primeras comunidades agrícolas, era trascendental conocer el momento exacto para sembrar y también para recoger el fruto.

La alternancia del día y la noche debe haber sido un hecho explicado de manera obvia desde un principio por la presencia o ausencia del Sol en el cielo y el día fue seguramente la primera unidad de tiempo universalmente utilizada.

Debió de ser importante también desde un principio el hecho de que la calidad de la luz nocturna dependiera de la fase de la Luna, y el ciclo de veintinueve a treinta días ofrece una manera cómoda de medir el tiempo. De esta forma los calendarios primitivos casi siempre se basaban en el ciclo de las fases de la Luna. (Los egipcios, mayas y chinos desarrollaron interesantes mapas de las constelaciones y calendarios de gran utilidad.)
En cuanto a las estrellas, para cualquier observador debió de ser obvio que las estrellas son puntos brillantes que guardan entre sí las mismas distancias relativas, es decir, conservan un esquema fijo noche tras noche.

Así parecería natural interpretar que las estrellas estuviesen fijas a una especie de bóveda sólida que rodeara a la Tierra, pero que el Sol y la Luna no deberían estar incluidos en ella: la Luna noche tras noche cambia su posición relativa, y hasta visiblemente, en el curso de una misma noche. Para el Sol esto es menos obvio, ya que cuando el Sol está en el cielo las estrellas no son visibles; pero el cielo nocturno contiene las estrellas de la otra mitad del cielo, y el aspecto de esta mitad visible cambia noche tras noche.

Para los primeros homínidos, con un cerebro en proceso de formación, los fenómenos naturales como la lluvia, la sequía, el frío o el calor tuvieron que sembrar en su mente más miedo y temor por lo desconocido, que admiración. Muy poco podemos intuir sobre el grado de conocimiento de la astronomía que manejó la humanidad en esta etapa de su evolución.


En el Paleolítico Superior (40.000 a 10.000 años a.C.) existía un conocimiento astronómico muy básico. Son muy pocos los indicios que se han descubierto, pero el haber dominado el fuego, trajo como consecuencia el desarrollo ulterior de la humanidad. De la última glaciación, la humanidad emerge con un conocimiento primario que la va a permitir iniciar su desarrollo. Se atribuye a esta era, el inicio del conocimiento astronómico de la humanidad: el hallazgo de huesos tallados, mostrando secuencias de 28 o 29 puntos, es una clara alusión a la medida de las lunaciones. De manera similar se han encontrado labrados en piedra, de lo que se cree son  representaciones del Sol, la Luna y las estrellas.

Del final del Neolítico han llegado hasta nosotros menhires y avenidas dolménicas, es decir, alineamientos de piedras; la mayor parte de ellos orientados hacia el sol naciente (Este), aunque no de manera exacta sino siempre con una desviación de algunos grados hacia la derecha. Este hecho hace suponer que suponían fija la Estrella Polar e ignoraban la precesión de los equinoccios.

La mejora de sus herramientas de trabajo le permitió incrementar su dieta  alimenticia y por primera vez, la raza humana, mejor alimentada, comienza a profundizar sus habilidades existenciales.
Con el Neolítico, adviene la agricultura y con ella la necesidad de precisar los mejores momentos para realizarla. Se han descubierto asentamientos agrícolas que ya existían en el año 9.000 a.C. y pueblos organizados, como el de las cercanías de Chatal Huyuk, al suroeste de Turquía.
El cultivo de la tierra trajo como consecuencia dos factores:

  1. Necesidad de predecir los movimientos de los astros principales (el Sol y la Luna) en el cielo.
  2. Agotamiento de la fertilidad del suelo por la monotonía del cultivo.

Predicción de los movimientos del Sol y la Luna.

Con el transcurrir del tiempo, la raza humana tuvo que vincular los cambios climáticos con las posiciones del Sol en el cielo. Al repetirse las temporadas de frío o calor, lluvia o sequía, debió preocuparse por poder predecir sus instantes de ocurrencia: había nacido la astronomía de posición. Para poder determinar los puntos de salida y puesta del Sol, comenzó a fabricar alineaciones de piedra o palos. Con el correr de los años fue afinando sus observaciones y mejorando sus métodos de predicción.
Son ejemplos de estas estructuras:

  1. Las alineaciones de Carnac y Le Menec, en Francia, de 4 y 1 Kilómetros, tienen 2.934 y 1.099 bloques de piedras (menhires) respectivamente. Se encuentran alineados con la salida del Sol en las fechas en que debe comenzar la siembra (6 de mayo y 8 de agosto). Los análisis arrojan una antigüedad de 6.700 años aC.
  2. Stonehenge, en Inglaterra, complejo de círculos para determinar la salida y puesta del Sol y la Luna a través de todo el año. Uno de sus círculos internos;  el Círculo de Sarsen, está compuesto de 30 bloques de piedra, uno de los cuales es la mitad de los otros: los estudiosos coinciden que es una clara alusión a los 29,5 días que dura cada lunación. Se le calcula una antigüedad entre 3.700 a 2.100 aC. Ya en el año 2.500 a.C. Se utilizaba para calcular eclipses de Luna.

Con el tiempo, se observó que el esquema visible de las estrellas realiza un giro completo en poco más de 365 días. Esto lleva a pensar que el Sol describe un ciclo completo contra el fondo de las estrellas en ese intervalo de tiempo. Además este ciclo de 365 días del Sol concuerda con el de las estaciones, y ya antes del 2500 a.C. los egipcios usaban un calendario basado en ese ciclo, por lo que cabe suponer que utilizaban la observación astronómica de manera sistemática desde el cuarto milenio.

En efecto el año egipcio tenía 12 meses de 30 días más 5 días llamados epagómenos. La diferencia, pues, era de ¼ de día respecto al año solar. No utilizaban, pues, años bisiestos: 120 años después se adelantaba un mes, de tal forma que 1456 años después el año civil y el astronómico volvían a coincidir de nuevo.

 

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